He estado quemando todo éstos puentes últimamente, porque ya ninguno
parece llevar a algún lado.
Estoy más perdido que despierto, me desoriento entre mis delirios, vos
sabes que yo nunca he sido capaz
de diferenciar entre realidad y sueño.
De lo único que siempre he estado seguro, es de ese sentimiento de
querer huir y dejarlo todo, ese que siempre llega cada noche cuando miro a las
estrellas.
Hay algo en mi estómago que lo grita hacia el cielo, como cuando hay
peligro a la vuelta de la esquina, a excepción de que ésta vez, el único
peligro es quedarme.
Han pasado un par de años desde que te fuiste, incluso desde que
aparecieron la lágrimas por última vez. Hoy me desperté y encontré tu recuerdo
atado a una de las esquinas de mi cama, se me llenaron los ojos de vergüenza al
ver aún que todos los recuerdos de tu cuerpo no desvanecían; un gusto culposo,
la lujuria siempre me tomaba preso cada vez que te me aparecías, que era más
seguido de lo que me hubiera gustado.
Al borde de la cama me senté, y por sólo Dios sabe cuál vez, te pensé de
nuevo. Tal vez la cuarta o la quinta vez ese día, la mente me jugaba trucos
sucios, aunque yo ya me había acostumbrado a sus malas pasadas, siempre me
tomaban desprevenido al igual que tus fantasmas. Me pregunté, como siempre lo
hacía todos los días, a dónde te habrías ido ésta vez, con quién estarías, en
qué calles estarías paseándote ahora. Nuestro sueño había sido Buenos Aires,
sin embargo para cuando llegué ya era tarde. Otro puente vuelto cenizas, otro
lazo más roto.
Crecí exactamente para volverme lo que siempre había querido, y aún así,
sentía que algo faltaba. He estado yendo de ciudad en ciudad desde hace muchos
años, nunca encontré lo que buscaba; algo para llenar ese vacío alrededor de mi
ser. No soy infeliz, simplemente… Algo falta, siempre. Y ese algo iba amarrado
a tu recuerdo.